Lanzado con muchísima sangre fría, el penalti que ejecutó el ‘10’ de la Unión Deportiva Ibiza iba a cambiar el rumbo del fútbol insular y, en cierta manera, también del deporte. Nunca un equipo ibicenco había ascendido a la Liga de Fútbol Profesional. Por la repercusión que representa el fútbol se trataba del mayor éxito conseguido por un conjunto local. Eliminar a la UCAM Murcia suponía entrar en una dimensión tan apasionante como desconocida. Año y medio después, allí siguen los celestes, aunque el sueño, sobre todo en los últimos meses, se ha descafeinado bastante. Rebobinando, queda claro que la película del deporte ibicenco durante los últimos diez años está, en gran parte, protagonizada –y condicionada– por el aterrizaje de Amadeo Salvo. El empresario valenciano se bajó del avión un día de verano de 2015 con el equipaje repleto de ambición. Acababa de salir del Valencia Club de Fútbol, donde había negociado un año antes la venta de la entidad a Peter Lim, un magnate de Singapur que se encargó de enjugar una deuda estratosférica. Tenía dinero fresco en la cartera y la ilusión de “llegar al fútbol profesional en un plazo de cinco años”.
Entre medias, un baile incesante de entrenadores –lleva trece en siete temporadas: Juan Carlos Carcedo es el único en comenzar dos campañas diferentes; ninguno ha sido capaz de terminarlas–, el exotismo poco afortunado de vestir de corto a Marco Borriello cuando ya se encontraba semirretirado, y bastantes domingos de pasión en Can Misses. La eliminatoria de dieciseisavos de final de Copa del Rey donde la UD Ibiza puso en jaque al Barça ante seis mil personas (enero de 2020) fue la guinda social para un proyecto que, sin embargo, no ha acabado de enganchar a los aficionados al fútbol para volver a llenar un estadio municipal bastante mejorado gracias a las inversiones que ha realizado la familia Salvo. Las restricciones que impuso la pandemia durante dos largos años fueron un hándicap. La falta de arraigo del club a la sociedad insular y una política de marketing más encaminada en generar sentimiento en el extranjero que en los barrios de Vila no mejoraron la situación. Pese a que las plantillas del primer equipo han sido más que solventes y se han visto reflejadas en los resultados –después del ascenso llegó una salvación bastante holgada con Paco Jémez a los mandos en el segundo tramo liguero–, esta temporada el equipo no carbura, dos técnicos han sido destituidos (Javier Baraja y Anquela) durante la primera vuelta, bajar empieza a ser una amenaza real y las gradas están cada vez más despobladas.
La amargura que arroja el presente de la UD Ibiza se dulcifica mirando atrás y ampliando el foco. Hace una década, el deporte de competición era un erial en las Pitiüses. Solamente había tres equipos de fútbol en Tercera División: Sant Rafel, Peña Deportiva y Formentera. Los dos últimos juegan ahora en Segunda Federación, una categoría alumbrada durante la pandemia y mucho más competitiva. En ese nivel los acompaña el Club Deportivo Ibiza, fundado precisamente en 2012. Paso a paso y no sin dificultades, la entidad que se reclama heredera sentimental de la histórica Sa Deportiva ha ido escalando desde las categorías regionales, aunque el objetivo de promocionar a Primera Federación parece que se le queda, de momento, demasiado grande. Su mayor hándicap: la falta de instalaciones dignas para entrenar y jugar. El ascenso de la UD Ibiza a Segunda División llevó al Ayuntamiento de Vila a firmar un convenio de exclusividad con el club celeste para el uso de Can Misses, provocando indignación (y la interposición de una demanda) por parte del CD Ibiza y, también, del Club Atletisme Pitiús. Pese al crecimiento y la consolidación que ha experimentado el fútbol en la capital insular, el segundo municipio de Balears sigue disponiendo de los mismos campos que había en 2002: tres para una población que ha alcanzado los 50 mil habitantes, con el remiendo de Can Misses-3, el lugar donde entrena la UD, juega sus partidos oficiales el CD y siguen entrenándose los atletas del Pitiús. Pese a haber trazado un campo de fútbol en su césped interior sigue siendo lo que siempre fue: una pista de atletismo.
Hace dos años se ganaron el privilegio de jugar una fase de ascenso a Segunda División. La Peña cayó de forma polémica y dramática contra el Castellón. Sin embargo aquel equipo entrenado Raúl Casañ, prácticamente el mismo que había ascendido a Segunda B la temporada anterior, se ganó el cariño de muchos. En el Municipal de Sant Francesc también se han jugado partidos inolvidables en este decenio. Primero fue el Sevilla FC el que puso a la Sociedad Deportiva Formentera en el mapa del balompié nacional. Meses después, al final de la temporada 2016/2017, se celebró un ascenso a la división de bronce en el puerto de la Savina. El siguiente invierno, el Athletic Club, que no pudo ganar en su visita a las Pitiüses y cayó eliminado en San Mamés gracias a un cabezazo de Álvaro Muñiz al filo del descuento, fue la guinda del pastel. La Copa del Rey fue un trampolín de popularidad para los formenterenses. Aunque caerían eliminados en la siguiente ronda contra el Alavés y descenderían a Tercera después de una segunda vuelta catastrófica por la desbandada que se produjo en la plantilla y el cuerpo técnico, aquel curso, 2017/2018, supuso un antes y un después para el club rojinegro.
Otros deportes han muerto y resucitado en estos últimos diez años. El caso más claro es el del baloncesto. En 2012, los proyectos de PDV –que llegó a Primera Femenina a ser finalista de Copa de la Reina– y el Tanit habían desaparecido. De Sa Graduada tampoco quedaba nada tras un fugaz paso por la EBA masculina. A poniente, y recuperando de alguna manera el espíritu del Ca Nostra, el balón volvió a entrar en la canasta gracias al Bàsquet Sant Antoni. Con Jordi Grimau a los mandos de la dirección deportiva y vistiéndose de corto tras una larga carrera en ACB, el equipo portmanyí se ha consolidado en LEB Plata, el tercer escalón del baloncesto estatal. Los partidos que juega como local son una fiesta, como ocurre en el caso del Hàndbol Club Eivissa. El balonmano ocupa un lugar especial en el corazón de muchos ibicencos. La trayectoria ascendente del equipo que entrena Eugenio Tilves –llevan tres años firmando permanencias y buenos resultados en División de Honor Plata, la segunda categoría– permite soñar con gestas como la del Puchi. Las guerreras de azul llevaron a la parroquia de Puig d’en Valls a la élite del balonmano femenino con un equipo que tenía una base potente de jugadoras locales (Ana Ferrer, Paulina Buforn, Irene Carrión, Ana Boned) y fichajes de jóvenes prometedoras. Después de dos temporadas (2016-2018), el barco empezó a zozobrar por las duras exigencias económicas que suponía competir contra las mejores. Con buen tino, la directiva decidió reducir la marcha, volver voluntariamente a divisiones más modestas y seguir trabajando la cantera. La cruz de la moneda son el voleibol y el fútbol sala. Los días de gloria del Gasifred quedaron atrás y, ahora, apoyado por el mecenazgo de la UD Ibiza intenta volver a Segunda División. No le ha sentado igual de bien el patrocinio celeste al Ushuaïa Ibiza Voleu, que va en dirección contraria. En 2012 era la revelación de la Superliga y fue anfitrión en Sa Blanca Dona de la Copa del Rey. Tras tocar techo en 2014 con un subcampeonato copero y las semifinales ligueras, la aventura empezó a perder fuelle y personalidad. Fueron abandonando el barco los directivos, entrenadores y jugadores que le habían dado sentido a un cuento de hadas que empezó en el patio de Sa Real cuando Toni Gino era el profesor de Educación Física de los chavales que luego se convertirían en los integrantes de la plantilla. En 2022, el CV Eivissa perdió su lugar en la élite y ahora deambula por el vagón de cola de la segunda división.
En el deporte individual, la década ha servido para encumbrar las carreras de Mateo Sanz y Marc Tur. Son los dos pitiusos que han conseguido clasificarse para los Juegos Olímpicos. El windsurfista formenterense navegó bajo bandera suiza –su madre tiene pasaporte helvético– en Río de Janeiro (2016) y Tokio (2021), donde consiguió diploma olímpico. Recién retirado de la alta competición, los resultados de Sanz, que también fue campeón del mundo en este periodo, son en buena manera un éxito colectivo. El del equipo de chavales (Carlos Cardona, Sergi Escandell, Álex Figueiras…) que coció a fuego muy lento Asier Fernández en la escuela de vela de Formentera.
En los últimos Juegos también estuvo Tur. Al marchador santaeulariense se le escapó de entre los dedos el bronce en los 50 quilómetros marcha. Tuvo que conformarse con el diploma y la medalla de chocolate, un éxito en todo caso: el mejor resultado de un olímpico ibicenco. Su objetivo es volver a pelear por el podio en los 35 quilómetros de París 2024 y repetir éxitos como el triunfo en la Copa de Europa de marcha, donde obtuvo la mínima para viajar a Japón. Los buenos resultados han ayudado a que el marchador, además, se convierta en un icono para muchos porque, de una manera decidida y elegante, se ha convertido en uno de los pocos hombres deportistas que hablan sin tapujos de su orientación sexual, rompiendo uno de los tabús más enraizados en el deporte español. Estos diez años han cambiado su vida. En 2012, Tur era un adolescente que acababa de llegar a Madrid para estudiar Medicina y entrenar en la Blume. Hoy es un licenciado universitario que ha pulido su técnica, un largo camino que le ha convertido en un nombre a seguir a nivel internacional (el año pasado fue elegido como mejor competidor masculino por la Federación Española) y, sin discusión, en el abanderado del atletismo pitiuso, donde también destaca Andrea Romero, que se marchó del Pilar de la Mola a Valencia para completar su formación como mediofondista: la próxima será su primera temporada como sénior después de buenos resultados en edad júnior y sub’23.
Aparte de la de Mateo Sanz, otras retiradas ilustres de este decenio fueron las de Irene Colomar y Cristina Ferrer. Por palmarés, han sido dos de las mejores karatecas españolas de todos los tiempos. Las sanantonienses colgaron el kimono sin la satisfacción de participar en unos Juegos porque al karate no se le hizo hueco en el programa olímpico hasta Tokio. Colomar no llegó a tiempo y a Ferrer le cogió la clasificación lejos del cénit de su carrera.
Junto al crecimiento del deporte por equipos, el gran salto adelante se ha producido en la organización de eventos. El Consell d’Eivissa empezó a promocionar al inicio de esta legislatura las nueve competiciones con más atractivo turístico que se celebran en la isla. Entre ellas, algunas nacidas durante estos últimos años, como la Ibiza Marathon. Otras, en cambio, son clásicos del calendario, como la Ruta de la Sal o la Vuelta a Ibiza en mountain bike que alcanzó en octubre de 2021 sus veinte ediciones con triunfo del primer ciclista ibicenco que ha podido dedicarse profesionalmente a esta especialidad: Enrique Morcillo, corredor del equipo Scott. Esta competición ha aumentado su prestigio, nivel competitivo y logística en los últimos años, recogiendo el fruto de las semillas que dejó plantadas su creador, Bartolo Planells, fallecido en 2014 a causa de un cáncer.